¡Argentina campeón mundial!

Con el capitán como líder y autor de dos goles, Argentina debió reponerse a las sucesivas reacciones de Francia y ganar en los penales un partido emocionante en el que estuvo siempre al frente pero terminó 3-3 tras 120 minutos de un juego inolvidable.

Fue necesario atravesar la mejor final de la historia de los mundiales para que la banda de Lionel Messi se coronara en Qatar. La selección jugó su mejor fútbol de toda la Copa y parecía que iba a disfrutar una goleada, pero nada es fácil en estas alturas. Hubo que soportar la embestida de Francia, un (ex) campeón mundial que no iba a resignar su corona tan mansamente como pareció en los primeros 70 minutos. Y hubo que aceptar llegar a los penales, cuando parecía que ese gol de Messi en el alargue iba a ser el último de la noche. Pero no. Para ganar hay que saber sufrir. Y ahora gozar.

Mira al cielo Ángel Di María, se pierde la mirada de Lionel Messi, cuesta tener los ojos secos. No hay alma que resista. Tiemblan las manos, el corazón late con tanta fuerza que cuesta respirar. Y cómo no va a ser así. Si no importara el resultado, solo contaría cómo dejaron el alma adentro del campo, cómo se murieron por cada pelota, cómo fueron uno solo detrás del objetivo, cómo sufrieron hasta el último aliento, cómo se apiñaron para tratar de defender cuando estaba el orgullo herido.

Las lágrimas de Di María se multiplican, se sienten como un grito profundo, ese que viene desde un alma dolida por tanta frustración acumulada. No hay un después, se vive. Casi como un sentir tan argentino que es posible no saber de qué se trata lo que lo invade al rosarino. Una cita perfecta, para una ejecución a la altura. Una contracción colectiva por un objetivo conmovedora, una inteligencia para entender cómo y cuándo ofrecer músculo, cuándo cabeza y cuándo corazón: la selección argentina estuvo deseando tanto esto que no podía expresarse de otra forma.

Llenó de ilusión el aire, pero le duró poco, muy poco como para poder consolidar el deseo de cerrar el partido. En su desesperado ruego por no sufrir más, la selección se ahogó en el camino porque un pelotazo de Mbappé dio en la mano de Montiel, el penal fue inevitable y lo mismo sucedió cuando el 10 francés -goleador del Mundial- asumió otra vez la responsabilidad. Gol, 3-3, a seguir sufriendo.

Y no le quedó nada. En absoluto, dio hasta la última gota de sudor. Emiliano Martínez se volvió enorme cuando parecía que Francia se quedaba con todo en el final de la noche, en una atajada a Kolo Muani que ingresó en el arcón de las más importantes de la historia de los mundiales. Se desplomaron Enzo Fernández y los demás extenuados por la batalla. Y el seleccionado argentino lo jugó como tal. Como se debe jugar, poniendo su condición de grupo por encima de una definición. Incluso, cuando los penales son la lotería más angustiante.

Entonces, recién entonces, la historia puso las cosas en el lugar que debían estar. Las manos, otras vez, de Dibu Martínez, los pies de Messi y la redención de Montiel, que noató el gol del 4-2 definitivo, sellaron la victoria. Una de las tres más importantes de la historia del fútbol argentino. De hoy a la eternidad. Argentina campeón mundial. Se escribe de nuevo: Argentina campeón mundial. ¿Una vez más? Vamos: Argentina campeón mundial.

 

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